Doble feo y otras chapas de la Sur
- Johana Hincapié Martínez
- 4 nov 2015
- 6 Min. de lectura
“¿Por qué los conductores tienen el vicio de ponerse apodos? - ¿De ponerse chapas? – Sí. Chapas, apodos, motes, ¡cómo quieras decirle!”.
Si en un lugar son comunes los sobrenombres, es en el gremio de los conductores. Es una parte de su cotidianidad, al punto de llegar a ignorar el nombre de pila de los compañeros.
“¿Cómo se llama Velorio? - …Velorio. La verdad, no sé”… El apodo predomina por encima del nombre hasta niveles cómicos.
Al preguntarles porque se llaman con motes no logran llegar a un consenso. Velorio afirma que se dan por la “camaradería que se maneja con los compañeros”. Doble feo asegura que lo hacen porque “les gusta poner en ridículo a la gente, porque les queda más fácil…”. El Mocho, por su parte, dice que “es una costumbre, todos se conocen por un apodo, no por el nombre, cuando llegan a la ruta los bautizan…”. Cochefa cuenta que su apodo es un asunto de herencia: “Eso siempre ha sido un tabú entre los conductores. Yo no tenía chapa, es una herencia de mi papá. Muchas veces pasa eso también en el gremio”. Congote asevera que “de por sí es manera de socializar entre nosotros. En ocasiones uno asocia a un compañero no con el nombre sino con el apodo”; mientras Cossio no tiene reparos en asegurar que probablemente sus compañeros “hicieron algo y desde ahí les quedo, o en las terminales no falta el que pone los apodos. Casi siempre hay un man que bautiza a todos, al que llega lo bautiza con un apodo”.
Doble feo, Velorio, El Mocho, Sin Cejas, El Cura, La muerte, Millón, Chichi, La Perra… son algunos de los hombres más conocidos del llamado Circular Sur 303. Cada uno tiene una historia detrás de su sobrenombre.
Doble feo no, John Jairo, ¡John Jairo!, así responde este hombre cuando se le llama por su chapa. Sinceramente, me lo imaginaba más feo, porque hasta donde me contaron su apodo nació de este defecto físico: “Doble feo es tan feo que es dos veces feo”. John Jairo es moreno, de estatura baja y contextura delgada. Maneja la 307 ―forma usual, con artículo femenino, en que los conductores se refieren a su vehículo―, bus perteneciente a la empresa Sotrames. No tiene reparos en asegurar que prefiere su nombre y que su apodo nació del hecho de ser feo. Aunque también cree que nació de una canción de salsa que versa así: “El lunes salió a trabajar, no regresó al apartamento, el viernes llega doble feo, pura cabeza y sin aliento”.
Velorio es El Señor. Es uno de los hombres más antiguos de esta ruta. Un ‘vieja guardia’, dirían algunos. Tiene el cabello negro algo canoso, el cual se peina hacia atrás y unos dientes dignos de envidia. Veinte años manejando bus lo hacen uno de los mejores. Cuenta que se levanta cada día pensando en “ver si hoy movemos los 800 –pasajeros–”. El considerado mejor chivero maneja también el mejor bus: “la 420”. Es un bus International lleno de modificaciones en el motor. Ni siquiera tiene el original. Si se le pregunta porque le pusieron Velorio, él asegura que no existe una razón real. Aunque la leyenda versa que hace unas dos décadas, luego de su primer año de trabajo pidió un “caimán”. Y que solía sacar sus días libres con la excusa de que se le había muerto alguien… Una tía, un tío, un primo… Como vivía en “velorios”, lo dejaron Velorio.
El Mocho es un tipo joven. Un hombre digno de admirar. A su mano derecha le faltan varios dedos. Siempre me he preguntado cuánto tiempo le habrá llevado dominar la técnica que tiene para devolver. ¡A mí se me caen más fácil las monedas que a él! A diferencia de los dos anteriores es un “caimán”. En cristiano, “caimán” significa supernumerario. Está ahí para hacer reemplazos en diversos carros de Coonatra. Asegura, con un cierto dejo de tristeza, que le llaman El Mocho: “por mi mano, tengo una mano que le faltan varios pedacitos de dedo”.
Sin Cejas es el hombre con el mejor promedio de la ruta. Y me atrevería a decir que también ostenta el título del más alto con 1,92 cm. Fredy Alexander es un hombre de contextura gruesa y ojos oscuros. Su apodo se debe a su carencia de pelo. El hombre tiene alopecia y, evidentemente, no tiene cejas. Las tiene pintadas con un delineador en lápiz de color café oscuro. Maneja la 122, un busetón de Sotrames recién salido del concesionario, pero que no “camina” nada.
El Cura, al igual que el Mocho, es un hombre joven, de tez clara, una gran estatura y peso. Maneja la 234, una buseta de Sotrames y tiene el vicio de conducir sin zapatos. Su cara da muestra de una adolescencia marcada por el acné, que intenta disimular con su barba. De esta época de juventud también le quedó un gran gusto por la música: Sabe tocar piano, batería y guitarra. Su apodo es un asunto de herencia: “Mi papá maneja en Prado y le pusieron El Cura porque es bajito, gordo y tiene la coronilla calva, como los gorritos que se ponen los curas. Cuando empecé a manejar bus, me pusieron El Curita, porque era el hijo del Cura, pero como acá no está mi papá me dicen El Cura”.
Don José es un hombre bastante serio. Sus compañeros dicen que es un limón. La muerte, le llaman. Su mote nació de su carencia de expresión facial. Puede estar muy enojado o muy feliz y siempre tiene la misma cara seria e incluso intimidante. Es bien sabido en la ruta que le disgusta totalmente su apodo. Cossio cuenta que recién entrado le llamo La muerte, y don José le dijo: “Usted tiene nombre, ¿cierto? – Sí. – Bueno, yo también. Yo me llamo José. Dígame José”.
Millón es otro ‘vieja guardia’. La leyenda cuenta que, incluso, vio entrar a Velorio a la ruta. Fabián es bastante moreno, de baja estatura y con unos cuántos kilos de más. Recuerdo que Santiago decía que parecía un duende, puesto que tiene los ojos saltones, la nariz prominente y unas orejas, quizá, más sobresalientes de lo que deberían. Millón ha tenido varias chapas: Millón, millón y medio, filita y media… y todas han nacido de su manía por chicanear. Originalmente le pusieron filita y media, puesto que siempre se preciaba de tener filita y media de parados, después vino millón y medio, porque luego de que se hizo propietario de un bus en Rosellón, empezó a decir, todo el tiempo, que tenía millón y medio en el bolsillo. Millón es una contracción de este último apodo.
Hay apodos que acompañan a sus dueños toda la vida. Chichi es la prueba visible de ello. Sigifredo tiene una nariz increíblemente pulida, los ojos grandes y una constante preocupación por quedarse calvo. Es un hombre digno de todo respeto, con un carácter bien forjado. Maneja la 08, el carro con el primer turno de la ruta. Su mote le acompaña desde que era un niño: “En mi casa me pusieron Chichi porque Sigifredo era muy largo y muy feo”.
“Es que a la Perra le dicen así porque tiene hormonas de mujer”, me comenta El Cura al preguntarle por el apodo de Jhonatan. La Perra tiene unos labios bastante carnosos y un cuerpo al que no le pasa factura sus ocho años como conductor. Y al igual que su boca, el volumen de su voz es bastante alto, tanto que cuando era niño a su mamá la citaron al colegio porque era la “cualidad” por la que más se destacaba. “Es que la Perra habla para toda la bahía”, comenta Velorio al mencionarle al susodicho. Su apodo tiene un origen cruzado: “¿Si es verdad que Fabio Gómez –el patrón– te puso la Perra? – Sí, el viejo me puso así porque, resulta que yo estaba mal con la mamá de mi hija y todos los días me veía con una vieja distinta, entonces me dijo que le dejara alguna cosita a los pobres, que dejara de ser perro. – ¿Pero allá dicen que a usted le pusieron La Perra porque tiene hormonas de mujer? – Ah, es que en esos mismos días que el cucho me vio, también me vieron con ‘una loca’ en Barrio Triste y por eso me dicen así.”
Pero cómo en todas partes, existen excepciones a la regla. Juan David, un ex administrador, carece de apodo. Juan es delgado, no muy alto y tiene brackets desde hace algunos años. Maneja la 436, un caregato ―bus International cuya trompa se asemeja la nariz de un gato― de Santra. Algunos aseguran que su carencia de mote se debe al hecho de ser nuevo: “Los vieja guardia son los que tienen apodo”, me dice Frank luego de preguntarle porque Juan no tiene chapa. Y como él no es uno, sencillamente no tiene.
Apodos pueden existir en cualquier lugar, pero en el mundo de los conductores, es parte de su interacción social, de su diario vivir. Vieja guardia o no, la chapa resulta siendo una parte natural de cada uno.
Lo que no se nombra no existe, así, los conductores “existen” dos veces. Una con su nombre y otra con su chapa.
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