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Madrugar cansa pero pernotar aburre

  • Johana Hincapié Martínez
  • 4 nov 2015
  • 6 Min. de lectura

Serie de dos crónicas sobre Circular Sur 303.


Madrugar cansa…


Son las 2:17 a.m. La alarma ha sonado ya dos veces. Sinceramente desconozco si levantarse a esta hora es madrugar o trasnochar. Medellín está muerta. Supongo que hay personas que ni se han acostado.


Salí de mi casa llena de suposiciones. Debía llegar a la bahía a las 4:10 a.m. A esa hora sale el primer Circular Sur del Éxito de Laureles. Dentro de mis cavilaciones, supuse que un conductor de bus se levantaría más tarde -¿los hombres suelen ser más ágiles?-.


Llegué al Éxito a las 3:50 a.m. Contrario a lo que pensaba, la bahía no estaba desierta. La 81, parqueada atrás, ocupaba el lugar habitual de los buses que están de reserva. Una vez más, supuse que tendría la tabla de 4:10 am… Pero no. Según el orden, el bus asignado es la 08. A eso de las 4:00 a.m. llegó la 252 y se puso primero en la fila, por lo que sería él quién iniciaría la ruta.


A esta hora la ciudad no suena, ni siquiera el motor de la 81 emite algún sonido y su trompa vinotinto se ve más oscura. Medellín aún no está llena de luces, y a duras penas empieza a volver a la vida así al sol le falten muchas horas para salir. A la bahía le hace falta su típico ajetreo: ruido de motores, risas, alegatos, olor a café y cigarrillo.


En la Sur, madrugar significa hacer el primer viaje entre las 4:10 a.m. y las 6:58 a.m. y el que empieza temprano, termina temprano. La pernota consiste en una tabla que inicia “tarde” –para ellos, no para cualquier mortal– y que acaba tarde, se hace el primer viaje después de las 8:02 a.m. y por lo general se sale del Éxito con el último después de las 9:00 p.m.


Basta de suposiciones. Sin cejas es el conductor con el promedio más alto de Circular Sur. Su apodo nació de su carencia de pelo en el cuerpo. El hombre tiene alopecia y, evidentemente, no tiene cejas, las tiene pintadas con un delineador en lápiz de color café medio.


Al preguntarle por qué no vino la 08, me cuenta que la 08 nunca madruga y la 252 nunca pernota. Cambiaron tablas de tal modo que cuando la 08 madruga, la 252 hace la tabla y viceversa.


El primer Circular no sale a las 4:10 como dice en la tabla, normalmente sale con un retraso de unos cinco minutos, puesto que el siguiente Circular sale diez minutos después.


Sin cejas baja por San Juan con una tranquilidad extraña para la ruta: “A esta hora no se corre, no hay nadie adelante, no hay a quién sacar –del paradero de la Avenida Oriental–”.


La soledad inicial de la bahía va cambiando a medida que se baja por San Juan. Cuando llegamos al Edificio de los Espejos hay unos quince pasajeros en el carro. Es más de lo que me esperaba por la hora.


Antes de llegar a la Oriental se le acaban las monedas al conductor, a quien también llaman Monstruo de agua. Ante la situación comenta que en el paradero de Autobuses El Poblado Laureles está “El gato”. El gato es un hombre que cambia monedas. Llega al paradero a las 4:00 a.m.


Sin cejas cronometra los tiempos de todo: semáforos, pedazos del recorrido, paraderos… Según él, se gasta 45 minutos de la bahía al Poli, porque en el Poli y en EAFIT sólo se recoge y descarga, de tal modo que logra salir del paradero de la última con 17 minutos exactos para llegar al Éxito de Laureles.


En ese momento sólo se les da una hora y dos minutos para dar la vuelta completa. Y hay que “rayar”. En cristiano, rayar es llegar con el tiempo exacto a la bahía. Ni un minuto más, sin la excusa de los tacos, no hay ninguna razón para atrasarse.


A las 5:00 a.m. comienza a fluir el tráfico de la ciudad. Las calles empiezan a llenarse de particulares, taxis, buses… pero aún no hay trancones. Y empieza la correría que caracteriza a la ruta. Con la ventaja de que si es necesario “comerse” un semáforo es posible hacerlo.


El Sin cejas dice que un buen viaje de 4:10 a.m. mueve unos 80 pasajeros, uno malo unos 60. Hoy movió 55.


A las 5:12 llega a la bahía, tal como debe ser. Aún no hay despachador. La lógica del conductor de Circular dicta que el despachador es “Cantinflas”, porque “Chelo” llega las 4:30 a.m. A esta hora las cosas son a otro precio. El bus que viene atrás sólo lleva tres minutos de diferencia. Monstruo de agua comenta que este viaje es mejor y que la madrugada define el día: “La madrugada es la mitad del día. Si muevo 600 pasajeros, 300 se hacen en la madrugada”. El promedio para él es de 320 pasajeros en cuatro viajes.


A partir de las 6:00 a.m., los buses se despachan con dos minutos de diferencia. Entonces, la vida toma el ritmo agitado que tanto se critica. A las 6:14 es el mejor viaje de la madrugada: Monstruo de agua movió 103 pasajeros.


El último recorrido de la madrugada es 7:16. El viaje no es malo, pero, mostrando porque tiene el mejor promedio de la Sur, Sin Cejas logra mover 107 pasajeros. Dice que con este viaje “necesitaba compensar el primero, que fue muy malo”. Cuando llego a la bahía por última vez, y siguiendo la lógica, “Cantinflas” ya ha llegado, el Sin cejas tiene descanso y yo me hago pasar por pasajera en el trasbordo de la 436.


Pero pernotar aburre


– ¿Le puedo hacer una pregunta? – Sí. – ¿A quién le toca la pernota de 9:30 p.m. hoy? – A mí–.


La pernota del Circular Sur consiste en una tabla de viajes que inicia “tarde” –para ellos, no para el citadino de a pie– y termina igualmente tarde. La norma dicta que el primer viaje de la pernota se hace a las 8:02 a.m. A los carros que salen luego de esa hora, les corresponde dicha tabla.


Por azares de la vida, el bus en el que iba para la bahía a salir de pernota fue el que tomé al salir de la universidad.


Luego de una corta conversación, llegamos a la bahía. No hay preocupación por caerse llegar tarde, es más, muchos conductores no hacen ese viaje.


En el Éxito de Laureles está don Héctor despachando y le dice Rubén que se “espere un momentico, a que logre llegar la 424”.


El hombre que está sentado a mi lado hace lo que le dicen y recibe el trasbordo. Sale de la bahía a hacer el que los conductores consideran el peor viaje de la ruta por dos razones: se termina tarde y “no se mueve pueblo”.


En el primer paradero de San Juan, más abajo del Consumo de La América, nos alcanza Esteban en la 425 de la manera más atravesada posible. No me quiero imaginar cuánto tuvo que correr para lograr pasar ese trasbordo.


La gente desaparece mientras la ciudad agoniza lentamente. Dos pasajeros en el Disco –paradero de la Oriental– y ninguno en Los Espejos son el saldo del paso por la Avenida Oriental.


Bajando por Las Vegas, al frente de la Clínica Clofán, estaba un chico parado y no lo vimos poner la mano, sólo hasta que silbó el conductor cayó en cuenta y frenó en seco y al parecer al hombre en cuestión no le importó correr de saco y corbata. Al subirse preguntó que si ese era el último viaje, a lo cual asentimos.


Contrario al resto del día, el Poli está vacío y EAFIT ya ha dado su último suspiro, por sus torniquetes ya no transita nadie y las lámparas blancas que iluminan la portería peatonal de la Avenida Las Vegas han sucumbido a la oscuridad. Medellín está pronta a morir, el tráfico ha ido desapareciendo y con él, su ruido, los trancones ya no existen y en este caso particular el arriero tampoco.


Por la 80, recogemos el último de los pasajeros. En la Clínica Las Américas, la última de las paradas obligadas, había cuatro pasajeros en carro. Rubén me había dicho que una pernota de 9:30 movía veinte personas como mucho y en este caso se habían movido 14. No existe predicción más acertada que la experiencia de un conductor.


El Mono hizo el final del viaje mucho más rápido. Al llegar a la bahía el silencio se había apoderado de ésta. La única esperanza de encontrar conocidos está en la bomba de San Juan, al frente del Consumo, dónde suelen tanquear los carros de Fabio Gómez. El hombre con quien compartí esta trasnochada descargó el último pasajero donde parqueó para hacer la liquidación, antes de llegar a la estación de gasolina.


478 pasajeros en el día y más de 600 mil pesos para su patrón.


Son las 11:00 p.m. A mí me restan unos 25 minutos para llegar a mi casa, a él… Subir a guardar el bus y luego, finalmente, después de la agotante jornada, llegar a su casa.


 
 
 

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